miércoles, 30 de abril de 2014

Vida, muerte y los jueves

Aprendí a entender la muerte. Sé cómo es, y sí, puedo volver para contártelo.
¿Te acordás de lo lejos que se veía, aún cuando sabíamos exactamente cuándo vendría?, porque al tiempo le habíamos ganado, lo teníamos encerrado y solo nosotros podíamos dejarlo salir.
Tenía todo a mi alcance, todo lo que quería y necesitaba. Tenía el amor de la más hermosa de todas. Y tenía el poder de apreciar lo que la sociedad repudiaba. Que esto nos va a hacer mal, que esto nos va a matar, que es malo, feo, ilegal, prohibido... como si algo de eso nos fuera a asustar, ¿qué es el miedo cuando no podés perder? ¡si ni el tiempo podía vencernos!...
Eramos tantos que cualquier ejército hubiera temblado al vernos llegar: ellas, ellos, aquel, aquella, el que estaba, la que faltaba, el que nunca venía y el que nunca iba a venir pero al final venía, y cientos, miles, millones más. Y juntos construimos un castillo, una fortaleza colosal, la envidia de Troya y todo lo que se le parezca. La palabra "invencibles" nos quedaba chica.
No le debíamos nada a la vida, porque no íbamos a durar mucho en ella.
Y llorábamos los viernes porque faltaba mucho para el próximo jueves.
Pero entonces el tiempo me jugó una mala pasada. Aliado de mi sangre, no cumplió con su palabra y al dejarlo en libertad, huyó. Mi corazón seguía latiendo al ritmo de su traición.
Sobrevivir a mi juventud no estaba en mis planes. Me encontré con desafíos para los que nunca estuve preparado. Presión, rutina, estrés, responsabilidad, impaciencia, días grises y noches cortas. No es la vida que tenía, no se parece a la vida que quería. Ni siquiera es vida. Es mi infierno, mi castigo y mi condena, haber muerto sin dejar de respirar.

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