lunes, 20 de agosto de 2012

Homofobia

"Buenos Aires está lleno de putos", me contaba un tipo al que no conozco muy bien.

Con una pelada prominente, camisa desabotonada y una panza que le ganaba por una buena distancia al resto de su humanidad, el tipo de voz ronca narraba una historia que en ningún momento recuerdo haberle pedido que me contara. Pero por más que lo intenté, no pude apagar mis oídos.

Decía que cada noche se juntaba con sus amigos (no pensé que tuviera muchos) a tomar un café en un bar de Santa Fé y Callao. Que hablaban de fútbol y minas, aunque tengo que decir que no creo que el tipo supiera algo de fútbol, ni tampoco que en su vida se haya levantado alguna mina. Y que después, prendía un cigarrillo y se iba caminando por Santa Fé hacia el lado de Pueyrredón.

Y una vez, durante su caminata rutinaria, antes de llegar a la esquina de Riobamba se cruzó con un raquítico rubiecito que tenía pantalones de cuero muy ajustados y paseaba un odioso caniche toy blanco. El inofensivo muchachito le cruzó una mirada amistosa y el tipo entonces le propinó un violento empujón. Porque, según me explicó, "esas cosas no me caben porque soy bien macho".

Contaba el tipo que justo después de cruzar Junín, un flaco con remera ajustada que decía "B.A. Gay Friendly", anteojos negros y una colección de rasgos afeminados lo saludó con un amable y sugerente "hola, bombón". Ahí, el tipo, que ya me había explicado lo macho que era, respondió con un nada amable "callate, puto de mierda". Y siguió su camino mientras fumaba su cigarrillo.

Y seguía contándome su historia el tipo. Decía que ya estaba llegando a Azcuénaga, cuando se cruza con dos travestidos que caminaban de la mano y al pasar, uno de ellos le acarició el pelo (aunque deduzco que se refería a la pelada, no tenía una cabellera fácil de encontrar). Y él, como es tan macho, los ignoró y siguió su camino.

Unos pocos metros después, dos morochos altos vestidos con chupines fucsias le pidieron fuego y, mientras el tipo sacaba el encendedor, elogiaron sus ojos azules (¿ojos azules?) y lo invitaron a participar de un tío. El tipo, bien macho, les dijo cordialmente: "agradezco el halago, pero soy heterosexual".

Y me contó que al cruzar Pueyrredón, justo al lado de la bajada del subte, se topó con cuatro fisicoculturistas vestidos con atuendos propios de verdugos del siglo XVI, ostentosas cadenas cayendo sobre sus pechos y una incontable colección de músculos. Uno de ellos lo apoyó su mano en su hombro y mientras señalaba una puerta le dijo al tipo: "pasá que te rompemos todo".

Y ahí el tipo dejó de contar.

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