martes, 27 de agosto de 2013

Sabíamos que Junio era un mes frío

Las cosas cambiaban para bien. Vivíamos en un mundo cerrado, independiente, autosuficiente, donde los demás no eran más que sombras en el paisaje, entes que podían entrar o salir de nuestro entorno pero no tenían la capacidad de alterarlo. No cobraban importancia, no podían, no entendían la magia. Nosotros teníamos esa capacidad, única, de entender la realidad. Le encontramos el sentido a la vida, sin saber que algún día lo olvidaríamos. Veíamos al tiempo detenerse porque se divertía con nosotros.

Sabíamos que Enero no era un mes, sino mucho más. Un destiempo añadido al calendario, para irrumpir en el camino del resto del año. Aprendimos de esa magia, la aprovechamos, la transmitimos. Volamos sobre las miserias de las personas corrientes. Teníamos el mundo a nuestros pies. Conocíamos la muerte, pero ella nos temía a nosotros.

El otoño nos advirtió, pero no le hicimos caso. No tenía sentido hacerlo. No podíamos manejar lo que nunca comprenderíamos. Subimos tan alto que olvidamos lo mucho que dolería al caer. Confiábamos en el tiempo y nos sentimos traicionados por él. Hoy sabemos que no tiene la culpa, pero no vamos a admitirlo. Preferimos el facilismo.

Sí, descubrir que el mundo no era nuestro fue duro, pero mucho más duro fue descubrir que dependíamos de un entorno que no estaba al alcance de nuestras manos. No teníamos nada, no eramos más que una insignificante porción de un sistema de dimensiones descomunales. Y entonces conocimos el miedo, entre tantas otras cosas.

Sabíamos que Junio era un mes frío, oscuro, con un sol cada vez más ansioso por desaparecer del paisaje, cada vez más abrigo y cada vez menos piel. Tiempo de noches desiertas y abrazos sobrevaluados. Nadie quiere estar solo. La primavera no está a la vuelta de la esquina, no. Está en un futuro que aún no llegamos a imaginar.

La magia no se fue con el invierno. Pero por alguna razón, ya no la volvimos a encontrar.

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