domingo, 4 de marzo de 2012

El Garca de Noé


Noé era el séptimo hijo seguido varón de Lamec, que a su vez era el séptimo hijo seguido varón de Matusalén. Lejos de convertirse en lobizones cada luna llena, como indicaría la tradición, padre e hijo mantuvieron por años una PyMe de rubro desconocido en los suburbios de Jerusalén, dedicándose entre otras cosas a comprar terrenos fiscales por monedas, cederlos a diversos testaferros y culpar a un buen número de perejiles para zafar de los duros impuestos de la época.
Mahoma, como se sabe, vivió casi mil años, y cual es lógico a medida que una persona envejece se vuelve más torpe, intolerante y crítico, entre otras cosas. La cosa es que el joven Noé, ya harto de ser manejado por su padre, decidió montar su propio negocio junto a sus hijos Sem, Cam y Jafet, especializándose en los préstamos (con intereses astronómicos), la emisión de cheques sin fondo y la venta de esclavos usados y enfermos (hecho que desconocían los compradores). Además, Noé era muy amigo de Jehová, que trabajaba en el Servicio Meteorológio Árabe, y cierta vez descubrió la aproximación de un diluvio de proporciones gigantescas, que probablemente duraría días y hasta semanas, y traería como consecuencia una gran inundación en la zona. Bien precavidos, gracias a los conocimientos náuticos de Jehová, juntos pudieron construir un Arca de madera, muy grande pero nada lujosa, que según Jehová serviría para salvar a toda la gente de su pueblo. Claro que no conocía la verdad sobre su destino, como tampoco sabía que Noé había registrado la madera comprada para el arca con un sobreprecio del 50%, ni que mientras estaba ocupado constuyendo el arca, Sem, Cam, Jafet y hasta el propio Noé hacían fila para voltearse a su insatisfecha esposa Clara.
Cuando el diluvio ya era inminente, Jehová dio aviso a la población: "En dos días empezará a llover". Noé lo interrumpió: "No, en tres días. Dios bajó del cielo y me lo dijo", aseguró. Jehová lo miró extrañado, pero, fiel a su natural inocencia, le creyó.
Los pueblerinos, asustados, quisieron subir inmediatamente al arca, pero Noé los detuvo: "No es necesario que suban ahora. Disfruten estos tres días en tierra, yo me aseguraré de guardar sus lugares. Que cada uno me de dos animales para custodiar su espacio, yo los subiré al Arca y cuando haya que partir, cada persona tomará su lugar en reemplazo de los propios animales".
La solución parecía extraña, pero viable. Y Noé, por si acaso, se apresuró a cobrar por adelantado la entrada al Arca, guardando la recaudación en el interior de la misma.
A los dos días empezó a llover a baldazos, quedando atónita la gente que esperaba el agua para el tercer día, incluído el propio Jehová, que al despertar descubrió la inundación, y la ausencia de su esposa Clara.
El que no estaba nada sorprendido era Noé, que sonreía desde el timón de su Arca, acompañado por Sem, Cam, Jafet, la ahora satisfecha Clara, un gran rejunte de animales y toda la recaudación ya cobrada.
Y así nace la leyenda del Garca de Noé, un espejo y un modelo a seguir para tantos que hoy en día lo veneran e imitan con gran éxito.

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